No recuerdo cuando me habló sobre las mujeres, el sexo o el
amor.
No recuerdo la hora y el lugar en el que me enseñó el valor
de ser, ser humano.
No recuerdo la última vez que juntos pateamos un balón o que
fuimos al estadio.
No recuerdo la primera vez que nos vimos. Y tampoco la
última que nos despedimos.
No recuerdo aquella mañana que me enseñaste ‘cosas de
hombre’.
No recuerdo dónde quedó aquella primera rasuradora que use a
tú lado.
No recuerdo el abrazo de: “tú puedes. Nunca te rindas”.
Sólo recuerdo por qué sus propios hijos causaron su muerte.
Pero sé ya no importa.
No recuerdo cuando me enseñaste a respetar, a luchar, a
jamás rendirme.
No recuerdo aquel día de campo junto a mi hermano o mamá.
No recuerdo en que momento me enseñaste todo lo que sé y
jamás olvidaré.
No recuerdo cuándo me entregaste aquel libro invisible lleno
de sabiduría que algún día entregaré a mi hijo.
No recuerdo cuantas lágrimas perdí ante tu tumba.
No recuerdo cuántas veces te grité, suplicando que regreses.
¡No! ¡No Papá! No recuerdo nada.
No recuerdo nada. Porque recordar significaría que lo he
olvidado y no he olvidado nada.
No, no te he olvidado papá.
No he olvidado cuando me obligaste a comer la misma sopa
durante una semana.
No he olvidado que desde ahí jamás hago el feo a una comida.
No he olvidado que a una mujer jamás se la grita. Por jamás
gritaste a mi madre.
No he olvidado que una cerveza helada, siempre va de la mano
con un amigo.
No he olvidado que la familia es sagrada.
No he olvidado nada de ti papá. Nada.
No he olvidado cuando dijiste que tú sangre era jugo de mora.
No he olvidado que no hay nada mejor que un domingo en
familia, con un 31 después de misa.
¡No! ¡No te he olvidado papá!
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